Lo he hecho! Lo he hecho!
La mañana del 9 de febrero del 2010, mi mente no podía dejar de repetir esas palabras, llenas de euforia, llenas de fuerza, de orgullo, de poder..., había parido a mi hija Ruth.
Cuando decidimos tener a nuestra segunda hija, hay algo que teníamos claro, esta vez íbamos a decidir cómo queríamos que fuese su nacimiento.
Judith, nuestra primera hija, no pudo tener el nacimiento que merecía, y en parte fue nuestra responsabilidad, nació por cesárea programada, venía de nalgas, y no nos planteamos más opciones, nos dejamos llevar por lo que nos dijeron los “profesionales” y no tomamos ninguna decisión. Judith pagó las consecuencias, aún me culpo por ello.
En este segundo embarazo todo fue distinto, planeamos cómo nos gustaría que fuese la llegada de nuestra niña desde un principio, redactamos un plan de parto con nuestras preferencias y nos informamos de todas las opciones que teníamos. Decidimos que Ruth nacería en el hospital de Alcañiz, pero que la dilatación la haríamos en casa, sin prisas, sin agobios y acompañados por nuestra “doula amiga”, Cristina.
Y así ocurrió....
Aún estaba de 37+3 semanas, cuando la tarde del 8 de febrero comencé a sentirme un poco rara, empecé a sentir molestias en mi pelvis que iban y venían, pero no les di mayor importancia, aún faltaban casi 3 semanas... Al llegar la noche esas molestias estaban algo más presentes y empecé a creer que sí era posible que el momento estuviese llegando y que mi pequeña quisiese conocernos ya.
Cenamos, Judith tomó su tetita y se durmió, Santy también se fue a dormir y yo me quedé en el salón, quería centrarme en mí misma y concentrarme en lo que creía que estaba comenzando. Me dí cuenta de que las contracciones eran cada 5 minutos, pero como eran muy suaves aún, me fui a la cama. A las 12 me levanté, no me sentía cómoda tumbada, necesitaba moverme, fui al salón y allí, en cada contracción, me apoyaba sobre el respaldo de una silla y me balanceaba, estaba relajada, tranquila, realmente estaba disfrutando de la experiencia que empezaba a vivir, estaba feliz.
Santy se dio cuenta de que no estaba en la habitación y se levantó, llegó al salón y le dije: Estoy de parto, Ruth tiene prisa por llegar, pero vete a la cama que aún falta mucho, yo te avisaré. Se fue, pero cada 15 o 20 minutos volvía a ver como estaba yo. Al final se quedó y, cada media hora, me iba dando las bolitas de homeopatía que habíamos preparado.
Sobre las 2.30 me insistía en que llamase ya a Cristina, nuestra doula, yo quería esperar pero él se quedaría más tranquilo si la avisaba, así que la llamé, le conté como estaba y decidimos que cuando la cosa fuese en aumento o hubiese algún cambio le avisase.
Dos horas más tarde yo seguía llevando las contracciones bastante bien, habían aumentado la intensidad y la duración, pero yo seguía muy tranquila, ahora lo recuerdo y me sorprende el estado de relajación tan grande que tenía en esos momentos, supongo que era algo que deseaba tanto vivir, que cuando me di cuenta de que estaba llegando, mi cuerpo y mi mente se relajaron para dejarme disfrutar de mi ansiado momento.
A las 4.15 fui al baño, expulsé el tapón mucoso, vomité, las contracciones se hicieron más intensas y me di cuenta de que la cosa era ya imparable, estaba en pleno parto.
Santy avisó a Cristina, y mientras yo me duché, ella llegó a casa.
Él se quedó mucho más tranquilo al verla, yo le decía que estaba bien, pero creo que necesitaba que alguien más se lo confirmara. Antes de nada me miró la línea púrpura, pero ni siquiera le pregunté, seguía tranquila. Ya no me apetecía estar de pie, sentía mucha presión y me encontraba más cómoda si apoyaba la pelvis, así que me senté en el sofá, Cristina mientras, en total silencio, cogía mis pies y aplicaba sus conocimientos sobre reflexología podal, y cómo funcionaba, había un punto en el que en cuanto aplicaba presión, la contracción llegaba con una fuerza superior, pero a la vez sus masajes me relajaban mucho entre contracción y contracción. Santy no se separaba de mí ni un segundo, yo apretaba su mano en cada contracción y él me acariciaba y me demostraba mucha serenidad, aunque por dentro sé que estaba muy nervioso.
Sobre las 6.15 fui al baño y había roto aguas, estaban teñidas, Cristina volvió a mirar la línea púrpura y le dijo a Santy que se vistiese, levantase a Judith y preparase todo para salir hacía el hospital.
Cuando fue a levantar a Judith y le dijo que nos íbamos todos para Alcañiz fue cómo si ya supiese lo que ocurría, le contestó: Si papá, que Ruth ya va a salir!, se levantó tan feliz, montamos al coche y siguió durmiendo, ni me reclamó, ella, con sus 3 años sabía cómo actuar en esos momentos y así lo hizo, a veces no valoramos la capacidad que tienen nuestros hijos para adaptarse a ciertas situaciones. Eres genial Judith!
El trayecto hacía Alcañiz fue quizás el único momento en el que me sentí más alerta, que no nerviosa, pero las contracciones eran ya muy fuertes, la posición muy incómoda y empecé a sentir como mi cuerpo empezaba a empujar por sí solo, yo no hacía nada pero en cada contracción sentía como Ruth bajaba y el líquido salía, de hecho sentía como si su cabeza ya estuviese casi fuera.
Eran las 7 de la mañana cuando llegamos a la puerta del hospital, Edu ya esperaba para recoger a Judith, la montó en su coche dormida y la llevó a su casa junto a su amiga Noa. Nosotros entramos. Yo subí a una silla de ruedas porque no soportaba la presión de pie y estaba mejor sentada, subimos y nos recibió Pilar, mi matrona. Lo primero que me dijo es que iba a comprobar mi dilatación y cual fue mi sorpresa cuando me dijo que estaba en completa, no me lo podía creer, yo iba convencida de que aún faltaría mucho, si realmente de dolor fuerte solo llevaba 2 horas..., pero ya estaba en expulsivo!
Me monitorizaron unos minutos para comprobar que Ruth estaba bien, ante el temor de la matrona de que hubiese tragado líquido, pero mi pequeña estaba genial y todo podía seguir su curso natural, aunque el expulsivo debía ser en el paritorio. Pilar me dijo que si quería podía tocar con mis dedos su cabecita, y así lo hice, fue una sensación tan intensa...mi niña ya estaba ahí abriendo camino, pronto la tendría en mis brazos.
Nos fuimos para el paritorio. Realmente no me importó tener que utilizar la silla de partos del hospital, por la necesidad que tenía de apoyar la pelvis, me sentí cómoda, además me colocaron una barra frontal que me venía muy bien para agarrarme.
Yo seguía tranquila, no sé porque razón, pero yo intuía que todo iba a salir bien, que no había ningún motivo para preocuparme ni ponerme nerviosa, supongo que las hormonas ayudaron mucho a tener esa sensación tan agradable.
Santy y Cristina me acompañaban, uno a cada lado, aunque Cristina, por motivos ajenos a ella, no pudo acompañarme en todo el expulsivo y nos esperó fuera.
Las contracciones eran muy fuertes y en cada una empujaba con fuerza y sentía como Ruth estaba más cerca, ya faltaba muy poco, Pilar me decía que todo iba sobre ruedas y hasta bromeábamos entre contracciones.
Al poco entró otra Pilar, la gine, supongo que se enteró de que las aguas estaban teñidas y vino a ver como iba todo y decidió acelerar el expulsivo mediante la maniobra de Kristeller, pese a que Ruth estaba bien y no había motivo alguno para tener ninguna prisa, de hecho ya no faltaba casi nada. Pero ni aún así me puse nerviosa, estaba como en las nubes.
Yo seguía empujando en cada contracción, creo que solo fueron 2 más y en la última sentí el famoso “aro de fuego” y en unos segundos la cabecita de mi niña estaba fuera, después otro empujoncito y todo su cuerpo resbaló y salió muy rápido, ¡qué sensación tan maravillosa!. Eran las 8.20 de la mañana.
Qué bonita! No lloró, solo gimió unos segundos y abrió sus ojitos para conocer el mundo, mientras su padre y yo la observábamos sin parar de llorar.
Su padre cortó el cordón. Comprobaron unos instantes que no había tragado líquido y me la dieron. No recuerdo momento más emocionante, sentí el vínculo con ella desde el primer instante, las hormonas habían hecho su trabajo, estaba flotando, enamorada de ella, la quería tanto ya...
Tras unos minutos llegó el alumbramiento, la placenta salió y sentí un gran alivio. Después Pilar, mi matrona, me cosía la episiotomía que gracias al Kristeller me tocó, pero ya daba igual, mi hija había nacido dignamente, en paz, con respeto y sólo eso importaba.
Volvimos a la sala de dilatación, allí nos esperaba Cristina, Ruth ya iba enganchada a su tetita, nos dejaron solos, allí estuvimos, no recuerdo cuanto tiempo, los tres solos, sin poder dejar de mirar a nuestra pequeña y disfrutando de unos momentos inolvidables. Nuestra hija había nacido con respeto, con dignidad, en calma, tuvo la llegada que merecía. Sólo nos faltaba algo para la felicidad completa, la presencia de nuestra hija mayor, Judith, pero en cuanto nos fue posible, al ratito, la reunimos con su hermana.
Pasamos ese día en el hospital y a la mañana siguiente pedimos el alta voluntaria y volvimos a casa siendo 4 ya en la familia.
Ahora me paro a pensar y me doy cuenta de la fuerza y el poder que tenemos las mujeres. Recuerdo que no sentí miedo en ningún momento, no dudé de mi capacidad, me invadía una tranquilidad y una calma que me sorprendían. Quizás sea porque lo único que necesitamos las mujeres realmente es creernos, de verdad, que somos capaces de gestar, parir, amamantar y criar a nuestros hijos; si conseguimos eso, lo demás va rodado.
La experiencia ha sido inolvidable, ha marcado un antes y un después en mi vida, ha curado muchas de mis heridas del alma y me ha redescubierto como mujer, me siento orgullosa de mi misma, siento calma, plenitud, fuerza, poder, paz... Estoy agradecida a la vida.
Sin embargo todo esto no hubiera sido posible sin Judith, quien no pudo tener el parto que merecía y que ha hecho posible que su hermana sí tuviese una oportunidad. Gracias hija mía!
Sin ti Santy, también hubiese sido todo más difícil, me has mostrado tu apoyo, tu comprensión, tu respeto y sobre todo tu sostén en todo momento. Gracias cariño.
Estaré también eternamente agradecida a todas las personas que nos acompañaron e hicieron posible que Ruth tuviese la mejor de las bienvenidas al mundo,
A Cristina, mi doula, por su sostén emocional, por transmitirme tanta confianza en mí misma, sin ella no hubiese sido posible.
A Nacho por estar ahí siempre que le necesitaba.
A las mujeres y amigas de Vía Láctea, que tanto me han apoyado, Amanda, Carmen... ¿qué haría sin vosotras? Os quiero.
A Pilar, mi matrona, por su trato tan humano y respetuoso.
Gracias, cómo no, a Michel Odent, por su sabiduría, que tanto ha removido mi alma, por enseñarnos que: ” Para cambiar el mundo, es preciso cambiar la manera de nacer”. Este es nuestro granito de arena para conseguirlo.
Y a la VIDA, por darme la oportunidad de reconciliarme con mi propio cuerpo y ofrecerme lo más valioso que tengo, mis hijas. GRACIAS
lunes, 22 de marzo de 2010
martes, 16 de marzo de 2010
Charla sobre "Alimentación Infantil"
Charla sobre "Alimentación infantil"
Viernes 26 de Marzo,
17:30h,
Sala 6 del Centro Cívico de la Estación del Norte
A cargo del Dr. Juán José Lasarte.
- Pediatra.
- Miembro del Comité de Lactancia de la Asociación Española de Pediatría.
- Responsable y coordinador de la página web del Comité de Lactancia Materna de la AEPED
Organiza: Grupo de Crianza Arrabal
- La charla girará en torno a conceptos básicos sobre alimentación infantil.
- Se centrará en alimentación a partir del año.
- Se analizarán varios casos prácticos de percentiles en niños reales. Si vas a venir y estas interesad@ en que tu hijo/hija sea uno de estos, envía un correo aquí.
Eventos Relacionados:
Charla-Encuentro sobre Alimentación Complementaria (Via Lactea)
Charla Alimentación Complementaria
Jueves 18 de Marzo, de 17.30 a 19h
Charla- Encuentros: Alimentación complementaria
Centro Cívico La Jota
Plaza La Albada
Organiza Vía Láctea
miércoles, 10 de marzo de 2010
El dolor social
Continuando con el tema del dolor quería añadir algo más.
No hay que olvidar la importancia cultural que se le da al dolor. Vivimos en una sociedad que rechaza el dolor, de cualquier tipo. Además, muchas mujeres hemos perdido la capacidad de escuchar nuestros cuerpos, las señales que nos dan, los mensajes que mandan constantemente. Esto se traduce en niñ@s que crecen temiendo el dolor, adolescentes que viven con trauma y asco sus menstruaciones (“qué putada, tía, me ha venido la regla”), mujeres que no perciben los cambios en sus cuerpos según sus ciclos menstruales, embarazadas que viven como patológicas las modificaciones de su cuerpo que se adapta para albergar un proyecto de vida y que tienen miedo al parto: miedo al dolor y a que algo “vaya mal”
Hasta que la sociedad no viva estos procesos como saludables, será imposible que las mujeres disfrutemos de nuestros cambios, nuestras menstruaciones, gestaciones y nuestros partos. Entiendo que es difícil “vivir como saludable y disfrutar” cuando te está doliendo algo, yo confieso que he medicado mis reglas y pedí epidural en mi primer parto, así que lo entiendo. Pero también sé, porque también lo he vivido que (exceptuando patologías) parte de esa sensación dolorosa no la tenemos en la pelvis, si no en la cabeza, es decir, la percepción del dolor depende de nuestra actitud hacia él. Si asumimos ese dolor como malo, evitable, algo fastidioso y carente de sentido, probablemente dolerá más.
Realmente, creo que no se sabe el por qué del dolor en el parto. Es cierto que hay culturas en las que las mujeres no perciben las contracciones como dolorosas, de hecho, todos conocemos a alguna mujer que “casi no se enteró” de las contracciones. Hay autores (Merelo-Barberá, Casilda Rodrigáñez) que explican que las mujeres occidentales tenemos los úteros espásticos y en vez de contraerse, sufren calambres que duelen. Y que esto es así, en parte, porque pasamos mucho tiempo sentadas en sillas y hemos perdido las danzas femeninas ancestrales es las que los movimientos pélvicos favorecían que los úteros se mantuvieran libres y móviles.
En cualquier caso, salvo algunas excepciones, lo habitual hoy en día es que los partos sean dolorosos, no sabemos la finalidad del dolor, pero ahí está… o igual sí que la sabemos: si hay dolor se producen endorfinas, si nosotras tenemos endorfinas, nuestro bebé también las tiene… tal vez su nacimiento sea más agradable bañado en esas endorfinas. No sé.
Pero bueno, al margen de ello, nuestra vivencia será muy distinta si conocemos la fisiología del parto (qué es un parto, cómo funciona, qué hormonas lo favorecen y cuáles no, qué aspectos facilitan y hacen más seguro ese parto y cómo conseguirlos), si asumimos como normal y saludable ese proceso (en vez de pensar que el parto es algo peligrosísimo), que estamos plenamente capacitadas para parir, ya que somos mamíferas y que, el dolor, está ahí, pero que no manifiesta nada malo o patológico.
Esto es lo que escribí en una ocasión, basándome en Laura Gutman.
DOLOR Y SUFRIMIENTO
En un parto, dolor y sufrimiento no son lo mismo. Se puede tener un parto muy doloroso sin sufrir, y se puede vivir un parto sin dolor (con epidural) sintiendo gran sufrimiento.
Mi primer parto fue muy medicalizado y totalmente protocolizado, tuve epidural, así que poco tiempo de dolor. Pero sí hubo sufrimiento. Durante el parto, porque al poco de ponerme la epidural, mi hija entró en bradicardia y todo pitaba y todo el mundo gritaba: me hice a la idea de que mi hija nacería con problemas neurológicos. Y, sobre todo, al tiempo, a los meses: cuando descubrí cómo había sido mi parto y qué traumático el nacimiento de mi hija.
Mi segundo parto fue natural, es decir, normal. Muy intenso, muy doloroso en momentos, pero ya está, doloroso. En ningún instante hubo sufrimiento. Recuerdo que durante el expulsivo que fue muy largo, entre contracciones decía: “Duele mucho, pero no os preocupéis, no estoy sufriendo!” y hasta nos reíamos.
Una mujer sufre en un parto cuando tiene miedo, cuando nadie le informa de lo que ocurre o de lo que le van a hacer, cuando se siente sola aunque esté rodeada de gente, cuando vive el proceso de parto como algo peligroso y piensa que el dolor es malo. Ese sufrimiento se queda grabado en la cabeza para siempre.
Cuando una mujer (y la sociedad) entiende que el parto es sano y fácil, porque las mujeres somos tremendamente poderosas en esos momentos, cuando conoce su fisiología y lo asume con total normalidad… el dolor se queda en eso, en simple dolor físico, que cesa tras el parto.
No hay que olvidar la importancia cultural que se le da al dolor. Vivimos en una sociedad que rechaza el dolor, de cualquier tipo. Además, muchas mujeres hemos perdido la capacidad de escuchar nuestros cuerpos, las señales que nos dan, los mensajes que mandan constantemente. Esto se traduce en niñ@s que crecen temiendo el dolor, adolescentes que viven con trauma y asco sus menstruaciones (“qué putada, tía, me ha venido la regla”), mujeres que no perciben los cambios en sus cuerpos según sus ciclos menstruales, embarazadas que viven como patológicas las modificaciones de su cuerpo que se adapta para albergar un proyecto de vida y que tienen miedo al parto: miedo al dolor y a que algo “vaya mal”
Hasta que la sociedad no viva estos procesos como saludables, será imposible que las mujeres disfrutemos de nuestros cambios, nuestras menstruaciones, gestaciones y nuestros partos. Entiendo que es difícil “vivir como saludable y disfrutar” cuando te está doliendo algo, yo confieso que he medicado mis reglas y pedí epidural en mi primer parto, así que lo entiendo. Pero también sé, porque también lo he vivido que (exceptuando patologías) parte de esa sensación dolorosa no la tenemos en la pelvis, si no en la cabeza, es decir, la percepción del dolor depende de nuestra actitud hacia él. Si asumimos ese dolor como malo, evitable, algo fastidioso y carente de sentido, probablemente dolerá más.
Realmente, creo que no se sabe el por qué del dolor en el parto. Es cierto que hay culturas en las que las mujeres no perciben las contracciones como dolorosas, de hecho, todos conocemos a alguna mujer que “casi no se enteró” de las contracciones. Hay autores (Merelo-Barberá, Casilda Rodrigáñez) que explican que las mujeres occidentales tenemos los úteros espásticos y en vez de contraerse, sufren calambres que duelen. Y que esto es así, en parte, porque pasamos mucho tiempo sentadas en sillas y hemos perdido las danzas femeninas ancestrales es las que los movimientos pélvicos favorecían que los úteros se mantuvieran libres y móviles.
En cualquier caso, salvo algunas excepciones, lo habitual hoy en día es que los partos sean dolorosos, no sabemos la finalidad del dolor, pero ahí está… o igual sí que la sabemos: si hay dolor se producen endorfinas, si nosotras tenemos endorfinas, nuestro bebé también las tiene… tal vez su nacimiento sea más agradable bañado en esas endorfinas. No sé.
Pero bueno, al margen de ello, nuestra vivencia será muy distinta si conocemos la fisiología del parto (qué es un parto, cómo funciona, qué hormonas lo favorecen y cuáles no, qué aspectos facilitan y hacen más seguro ese parto y cómo conseguirlos), si asumimos como normal y saludable ese proceso (en vez de pensar que el parto es algo peligrosísimo), que estamos plenamente capacitadas para parir, ya que somos mamíferas y que, el dolor, está ahí, pero que no manifiesta nada malo o patológico.
Esto es lo que escribí en una ocasión, basándome en Laura Gutman.
DOLOR Y SUFRIMIENTO
En un parto, dolor y sufrimiento no son lo mismo. Se puede tener un parto muy doloroso sin sufrir, y se puede vivir un parto sin dolor (con epidural) sintiendo gran sufrimiento.
Mi primer parto fue muy medicalizado y totalmente protocolizado, tuve epidural, así que poco tiempo de dolor. Pero sí hubo sufrimiento. Durante el parto, porque al poco de ponerme la epidural, mi hija entró en bradicardia y todo pitaba y todo el mundo gritaba: me hice a la idea de que mi hija nacería con problemas neurológicos. Y, sobre todo, al tiempo, a los meses: cuando descubrí cómo había sido mi parto y qué traumático el nacimiento de mi hija.
Mi segundo parto fue natural, es decir, normal. Muy intenso, muy doloroso en momentos, pero ya está, doloroso. En ningún instante hubo sufrimiento. Recuerdo que durante el expulsivo que fue muy largo, entre contracciones decía: “Duele mucho, pero no os preocupéis, no estoy sufriendo!” y hasta nos reíamos.
Una mujer sufre en un parto cuando tiene miedo, cuando nadie le informa de lo que ocurre o de lo que le van a hacer, cuando se siente sola aunque esté rodeada de gente, cuando vive el proceso de parto como algo peligroso y piensa que el dolor es malo. Ese sufrimiento se queda grabado en la cabeza para siempre.
Cuando una mujer (y la sociedad) entiende que el parto es sano y fácil, porque las mujeres somos tremendamente poderosas en esos momentos, cuando conoce su fisiología y lo asume con total normalidad… el dolor se queda en eso, en simple dolor físico, que cesa tras el parto.
lunes, 8 de marzo de 2010
Encuentro: ¿Que sabemos del sueño de nuestros bebés?
Día 13 de Marzo, Sábado:
Por el Placer de Encontrarnos
¿Qué sabemos del sueño de nuestros bebés?
Un espacio donde poder reunirnos y compartir nuestras experiencias e inquietudes de forma libre y distendida, acompañadas de nuestros hijos y parejas.
De 11 a 13h. en El Centro Cívico LA JOTA
Plaza la Albada
VÍA LÁCTEA
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